Telmocentrismo

A lo largo del tiempo, el pequeño Telmo, enarbolando con decisión un darwinismo recalcitrante, había ido perfeccionado ciertas habilidades hasta extremos inimaginables. Capacidades extraordinarias que bien pudieran llamarse superpoderes porque con un solo gesto era capaz de subyugar voluntades individuales y dominar sociedades enteras. Durante cientos de miles de generaciones, Telmo aprendió a mirar con curiosidad desconcertante y a sonreír, con la inocencia del que no tiene nada y la fragilidad del que puede perderlo todo, a disfrutar de una galleta con forma de pez y del sonido de las hojas secas, el placer de arrojar una piedra al charco o bajar corriendo esa pequeña rampa.

Estas y otras potentes herramientas le permitieron no sólo el dominio sobre el ámbito social a escala planetaria sino también sobre un universo entero de violencia indescriptible en el que estrellas binarias intercambian con ferocidad enormes cantidades de masa incandescente y agujeros negros atrapan todo aquello que puede nombrarse.

La imagen de Telmo en la playa ofrece una explicación intuitiva de esta intimidad entre lo más grande y lo más pequeño. Tenemos a su padre, que soy yo, metido hasta la cintura en el mar, sosteniendo a Telmo en sus brazos, aferrándose con todo lo que puede porque sabe, intuye, que esas delicadas crestas de espuma que lamen nuestro cuerpo son sólo el extremo de un océano que puede sepultar, que sepulta, de hecho, un planeta entero. Y ese océano, a su vez, es el extremo de un universo de violencia aterradora, con el poder de colisionar galaxias y fusionar átomos.

Sumergir los pequeños pies en la intermitencia sutil del oleaje es, por tanto, acariciar la piel de ese monstruo inabarcable que lo es todo, tentando una reacción imprevisible que podría resultar fulminante.

Pero ahí está Telmo, ejercitando un superpoder a la medida de esa inmensidad: la mirada de terror contenido, los pequeños dedos hundiéndose en mi cuello, suplicando la distancia prudencial de dos metros respecto a esa entidad cuyo tamaño es tal que no hay unidad de medida para describirlo.

Salimos del agua y la arena caliente en los pies confirma el triunfo cotidiano sobre lo, aparentemente, indómito.

2 responses to “Telmocentrismo

  1. Vaya preciosidad de relato.

    Para enmarcar ese «[…] porque sabe, intuye, que esas delicadas crestas de espuma que lamen nuestro cuerpo son sólo el extremo de un océano que puede sepultar, que sepulta, de hecho, un planeta entero y ese océano, a su vez, es el extremo de un universo de violencia aterradora, con el poder de colisionar galaxias y fusionar átomos.»

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