Le escucho cantar alegremente mentras preparo la cena. Acaba de salir del baño y aún está desnudo.
—¡Papá, papá! ¡Dame un lápiz y un papel, rápido!
—¿Para qué?
—Para apuntar la canción y que no se me olvide.
Ay, el culito.
Ay, el culito.
Se cagó en toda su puta madre.
Ne, ne.
Pon, pon,
Pin, pin.
Ay, el culito.
Ay el culito.
Cuando la leo, digo que me gusta mucho.
—Sí, y tiene guitarra y más cosas.
—Ne, ne…
—Sí, eso es la guitarra. Pon, pon es el tambor y pin, pin, el piano.
Conviene explicar aquí que el uso de expresiones tan fuertes como la de esta canción surgen debido a mi reacción ante las palabrotas. Cuando Telmo decía una palabrota, yo le hacía cosquillas para que no las dijera. Pero a Telmo le gustan enormemente las cosquillas y, al final, acababa diciendo las palabrotas para que le hiciera cosquillas. Sin embargo, la conotación dramática o malsonante que tienen esas expresiones para un adulto, no existe o no es tan acusada en la percepción de Telmo.