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Telmo está cenando. Me levanto de la mesa para coger dos yogures, uno para mí y otro para él. Cuando vuelvo de la cocina, se ha quitado el babero y está de pie sobre la silla, listo para bajarse. Me ve llegar con los dos yogures y se arrepiente.

—Quiero el de fresa.
—Pero no tienes el babero puesto, así que ¡me como yo los dos!

Se sienta y, en lugar de hacer lo que yo esperaba, es decir, ponerse el babero y reclamar su yogur, se queda mirándome y dice, muy amable,

— Papá, cuando termines el yogur de coco te comes el de fresa ¿vale?

Se dispone a ver cómo me como los dos yogures, confundiendo su propio deseo con el mío, como si la satisfacción de mi deseo fuera un buen sustituto de su propia satisfacción, en una demostración impresionante de empatía.

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