Poor boy
Head against a pillow
Fast asleep
Poor girl
Head against a window
Lost in a dream
One day they will be as giants
Stronger than the sun
But that day ain’t yet come
M. Ward
Every phase of childhood is new. Every stage in the ongoing process of growth upends and rearranges the child’s world. As a result of meeting each moment with fresh eyes, children are natural artists and, once old enough to speak, natural poets.
Hoy Telmo se ha levantado especialmente lírico. Nos hemos asomado a la ventana para ver el amanecer. Desde allí tenemos una vista amplia. Una farola estropeada a lo lejos que normalmente hace “pin, pin”, con la luz intermitiendo, pero que estaba apagada, coches, una chimenea en un tejado. Telmo ha dicho un haiku:
Pin, pin, no. E pío pequeño.
coche e a puh,
e humo, no ta.
Que traducido del japonés quiere decir
Cesó la luz al piar de los pajaritos
intermitente del coche,
chimenea muerta de madrugada.
Entonces se fija —el teclado es de PC— en el logotipo de windows pintado sobre una tecla, que es como una ventana ondulando a modo de bandera.
—¿Y la toalla? —dice.
—La toalla no pinta, Telmo.
Entonces se fija en la otra tecla con el logotipo de Windows, al otro lado de la barra espaciadora, que está desgastado y sólo se ve la mitad. Lo señala con el dedo minúsculo y pregunta.
—Esta zapatilla en el pie derecho. —digo
—¡No! E derecho e la calle.
—El derecho está en la calle y en los pies y en las manos, Telmo.
—¡No! —visiblemente furioso— ¡derecho izquierdo pie! —Sin atinar con la sintaxis, pero queriendo decir que el derecho y el izquierdo no están en los pies, sino en la calle.
— ¿Dónde quieres ir? —digo.
— A la derecha — responde Telmo.
— ¿Y al parque, quieres ir?
— No, quiero ir a la derecha —con rotundidad.
— Y la derecha ¿dónde está?
— Al lado de la izquierda.
Telmo está jugando con un helicóptero y unos coches. De pronto, dice:
—Los coches vuelan.
Me quedo pensando y le pregunto:
— ¿Y los barcos, vuelan?
— ¡Sí!
— ¿Y las mariposas, vuelan?
— ¡Sí!
— ¿Y las libélulas, vuelan?
— ¡Sí!
— ¿Y las tortugas, vuelan?
— No. —Una pausa— Las tortugas van andando. Como papá y como Telmo.
— ¡Ah!, como las personas. —Como creo que no me entiende, le explico— Tú eres una persona y papá es una persona.
— No, tú no eres una persona —con seguridad.
— ¿Y qué soy?
— Papá. Y yo me llamo Telmo.
— Sí, pero Papá, Mamá y la abuela, todos, somos personas.
— No, las personas están en la calle —una pausa—. Las personas son un rollo (“a pessona e u yoyo”).
— ¿Son un rollo las personas?
— Sí.
— ¿Son aburridas?
— Sí.
Señala un logotipo en la contraportada de uno de sus cuentos.
— ¿Esto qué es?
— Un logotipo —le digo.
— Tiene un ojo el logotipo. —una pausa— ¿Hablamos con el logotipo?
Entonces se acerca al logotipo quedando su cara a escasos centímetros y dice,
— Hola logotipo, ¿hacemos una torre bonita?
— Buenos días, papá —Aún con los ojos entrecerrados.
— Buenos días, Telmo. ¿Ya estamos despiertos?
— Sí, he dormido despierto.
— ¿Has dormido despierto?
— No, he dormido dormido.
— Me voy a comer este libro
— ¿Te lo vas a comer entero?
— Sí.
— ¿De qué es?
— De pistacho —pausa— El libro de pistacho es de fresa [e ibo e pitacho e pesa].
— He visto un coche allí a lo lejos. Es un coche azul. ¿Es el coche de Luis?
— No, el coche de Luis está en Ceceda. Con… —me interrumpe:
— Con Lola, con Luis Romeo y con Luis Normal.
— Quiero película —dice Telmo.
— Primero vamos al parque a dar una vuelta y, luego, película —respondo.
— Vale, pero no quiero ir a dar una vuelta al parque.
— ¡Papá, soy un cuento!
— Pero ¿eres un cuento o me vas a contar un cuento?
— ¡Soy un cuento!
— Ah, y ¿qué cuento eres?
— El cuento de Caperucita Roja
— ¡Vaya! Me encanta el cuento de Caperucita Roja ¿me lo cuentas? Se pone dubitativo, así que, le doy el pie—. Estaba Caperucita con una cesta llena de cosas ¿y….?
— Y de repente ¡el lobo se come a Caperucita!
Agarra Telmo la biografía de Salinger, en cuya portada aparece Salinger con su hija a hombros. Telmo dice,
— ¿Qué está haciendo, Papá?
— Lleva a su hija a hombros —Coge el libro. Lo abre y ojea varias páginas.
— Ese cuento tiene muchas letras, Telmo.
— Este cuento tiene muchas historias —Rectifica. A menudo me sorprende infravalorándole.
— Me gustan las historias. ¿Me lees una?
—Sí, te voy a leer una historia. —Coge el libro muy serio, lo abre por la mitad y siguiendo los renglones con el dedo índice, dice:
— Estepe pestepe stepes tepeste. Estepeste estepe.
Esta conversación se produce voviendo de la compra. Temo subido en mis hobros y yo tirando del carrito.
— Papá, ¿por qué están los coches aparcados, por qué, Papá?
— Porque están sus dueños dentro de su casa y dejan el coche aquí fuera, aparcado.
Se queda pensativo unos segundos y ve, a lo lejos, una carretera por donde circulan otros vehículos.
— Mira, Papá, esos coches tienen un dueño.
— Sí, todos esos coches tienen su dueño dentro.
Entonces ve pasar un peatón y dice,
— Mira, un dueño.
— Cuando eres dueño de una cosa significa que esa cosa es tuya. Por ejemplo, Telmo es el dueño de su bicicleta porque Telmo tiene una bicicleta. También eres el dueño de tus zapatillas porque tienes unas zapatillas.
— ¡No, yo no soy un dueño! ¡Soy Telmo!
— Y, además, eres el mejor Telmo del mundo —Replico con entusiasmo.
— ¡Soy un Telmo del mundo! —pasan unos segundos— Papá, ¿por qué soy un Telmo del mundo?
Estamos escribiendo con el ordenador. Telmo presiona las teclas mientras nombramos cada letra que aparece en pantalla y pronunciamos su sonido. Telmo escribe un ocho.
— Eso es el número ocho, Telmo —explico. — Mira cómo tiene ruedas el número ocho.
— • —
Más adelante escribe muchas zetas seguidas mientras yo leo “zzzzz”. — Mira, es como la vía del tren —observa.
Le nombro los días de la semana señalando cada uno con un dedo de la mano.
— ¿Cómo se llama éste? —pregunta señalándose el pulgar.
— ¿Domingo?
— ¡Sí! —los cuenta, uno por uno— Todos los dedos se quedan aquí, en casa, jugando con la mano.
— ¡Mira, Telmo, un helicóptero!
— ¿Por qué no aterriza el helicóptero?
— Por que se va a otro sitio.
— ¿A la ciudad?
— Sí.
— A la ciudad de los taxis.
— Sí.
— A la ciudad de los taxis y de los autobuses azules y los autobuses verdes.
— ¡Mira Telmo! — grito desde la cocina— ¡Setas como las que cogemos en la hierba!
Se acerca al galope, visiblemente interesado.
— Las he comprado en el mercadillo. ¿Ves? Se ponen así, de pie, como las que crecen en la hierba.
— ¿Se ponen a pastar?
— No, pastar es comer hierba y las setas no comen hierba.
—¿La setas qué comen?
Tenemos en casa un media center con OSMC instalado que, cuando se enciende, tiene este aspecto, con una estructura geométrica en tonos azules. Cuando Telmo lo ve, se entusiasma y dice:
—¡El sistema operativo para ver películas!
Ayer le puse unos calcetines de rombos azules y, señalándose los pies, preguntó:
Telmo está cenando. Me levanto de la mesa para coger dos yogures, uno para mí y otro para él. Cuando vuelvo de la cocina, se ha quitado el babero y está de pie sobre la silla, listo para bajarse. Me ve llegar con los dos yogures y se arrepiente.
—Quiero el de fresa.
—Pero no tienes el babero puesto, así que ¡me como yo los dos!
Se sienta y, en lugar de hacer lo que yo esperaba, es decir, ponerse el babero y reclamar su yogur, se queda mirándome y dice, muy amable,
— Papá, cuando termines el yogur de coco te comes el de fresa ¿vale?
Se dispone a ver cómo me como los dos yogures, confundiendo su propio deseo con el mío, como si la satisfacción de mi deseo fuera un buen sustituto de su propia satisfacción, en una demostración impresionante de empatía.
Mientras desayunamos, recordamos un episodio del verano. En un momento dado Telmo se enfada y se niega a seguir recordando.
—¿Te acuerdas de la playa en verano, cuando íbamos a las rocas? —No. —¿Y del cangrejo pequeñito? —No —¿Y de las quisquillas que eran como gambas pequeñitas? —¡No! ¡Y de la anémona tampoco me acuerdo!
—Me he converido en Rasel (Russel).
—No sé quién es Rasel.
—El pequeño que es Up —el niño de la película Up.
—Ah, sí.
—¿Te acuerdas de la casa con los globos y del señor enfadado?
—Sí, y de los perros que hablan.
—Pero sólo hay un perro y muchos perros malos.
—¡Y un pájaro!
—¿Un pájaro? ¿Qué es eso de un pájaro?
—¿No te acuerdas del pájaro grande?
—Cuidado, no te pinches con el tenedor.
— ¿Por qué?
—Porque el tenedor tiene pinchos. Te puedes pinchar en la boca. Mira, uno, dos y tres.
— Ah, muy bien. Tú sabes contar eso.
—¿Juegas conmigo al autobús azul que va a Madrid?
—No puedo, tengo que hablar por teléfono.
—Pero si se va el autobús te vas a quedar aquí solito muy triste.
—Es importante que hable por teléfono.
—Importante significa poner cara de enfadado.
—¿Qué has dicho?
—Que si quieres las patatas fritas.
—Pero después de las patatas fritas, ¿qué has dicho?
—No he dicho nada.
—Pero antes de las patatas fritas, ¿qué has dicho?
—Te he contado la película de Frozen.
—Sí.
Con esta conversación, Telmo trataba de averiguar el significado de antes y después.
—Oye, Papá, ¿te acuerdas que el otro día estaba un señor arreglando el horno normal? —en contraposición al microondas.
—Sí.
—¿Para qué?
—Porque estaba estropeado y había que arreglarlo.
—Estropeado y arreglado, ¿qué significa?
18 de enero (blue monday), un día desapacible, frío y ventoso. Telmo y yo pasamos varias horas en el bosque, jugando y merendando. Un tupido grupo de pájaros sale volando cerca de nosotros.
— ¡Mira qué bandada de pájaros! —digo.
Telmo observa y desvía su mirada hacia unas hojas arrastradas por el viento
—Mira qué bandada de hojas —dice.
Le doy a Telmo, en mano, unos cacahuetes cubiertos de chocolate. Luego, me llevo el bote a la cocina.
—¡Oye, pon aquí encima eso! —señalando la mesa.
—No.
—Pero ¿por qué no quieres poner aquí encima eso?
—Por que no quiero que te los comas.
—Pero no me los voy a comer.
—Entonces ¿por qué quieres que los ponga ahí?
—Para que no me los coma.
Estoy limpiando el baño. Telmo me exige que juegue con él y, ante mi negativa, se va a llorar al salón. Al cabo de un rato, viendo que su estrategia no fuciona, viene al baño (yo he sacado todas las cosas al pasillo para fregar el suelo) y me pregunta con tono preocupado:
—Oye Papá, ¿por qué sacas todo eso si me estoy poniendo triste y llorando?
Para explicarle a Telmo los peligros de la lejía, saco un trapo de cocina y vierto unas gotas sobre él. Al cabo de un rato, el trapo muestra la quemadura de la lejía.
—Papá, ¿te bañas conmigo?
—No puedo. Me acabo de cortar un dedo y me sale sangre. Mira.
—Pero los otros dedos sí puedes mojarlos. Con los otros dedos sí te puedes bañar.
A Telmo le gusta ver las noticias en la tele. Me pregunta sobre lo que sale en la pantalla y después de cenar solemos ver juntos la tele un rato.
—¿Esa quién es? —me pregunta.
—Se llama Mamen Mendizabal.
—¿Pero es una mamá?
—Sí, es la mamá de su hijo.
—¿Y esa cómo se llama?
—Esa no lo sé
—¿Pero es una mamá?
—Sí, también es una mamá.
—Y esa otra ¿Cómo se llama?
—Soraya Sáez de Santamaría.
—¿Pero es una mamá o una abuela?
Hemos plantado una cebolla y la vemos crecer. Telmo, por alguna extraña razón, no quiere que crezca y, cuando le explico que la cebolla crecerá de todas formas, se enfada.
—Pues esta tarde Telmo ya no se va a hacer mayor. Mira, me estoy haciendo pequeño.
De un portazo, se cierra la puerta de una habitación. Nos levantamos a la vez y vamos corriendo a ver. Le explico para tranquilizarle:
—Se ha cerrado porque he dejado la ventana abierta y hay viento.
—A mí me gusta el viento —abre la boca y dice— Aaaaaammm… Telmo abre la boca para comerse el viento.
Asomando la cabeza por la clarabolla del tejado, Telmo dice:
—¿Te imaginas que nos caemos allí abajo —refiriéndose al jardín del vecino— y el vecino nos echa allí fuera?
— Sí, me lo imagino.
—Al vecino hay que matarlo.
—¿Cómoooo?
—A los vecinos hay que matarlos si son malos.
Tratando de enseñar a Telmo a sonarse los mocos. Al coger aire, lo hace por la nariz y todos los mocos se van para adentro. No le gusta nada. Normalmente se niega o intenta engañarme fingiendo que sopla por la nariz mientras sopla por la boca.
—Coges aire por la boca y lo sueltas por la nariz. Así no entran los mocos.
—A mí no me gusta soltarlo.
—¿Por qué?
—Porque no me gusta soltar las cosas.
—Mira, Papá, polen.
—No, eso no es polen, eso es liquen.
—¿Qué es polen?
—El polen es una cosa que tienen las flores y se lo comen las abejas.
—Síii —con vehemencia—. Eso he dicho.
Estamos en la piscina, viendo cómo un grupo de niñas entrena en el trampolín. El entrenador, con camiseta naranja, gesticula con los brazos dando instrucciones.
—Mira, el señor de naranja está diciendo a las niñas lo que tienen que hacer.
Comprando en el supermercado, hay una mujer que parece vestir para un bodorrio. El traje, de color rosa incandescente, con falda de cintura alta abriéndose hasta la rodilla, como los pétalos de un cuento infantil. El pelo, rubio platino y alisado, parece maltratado por el criterio estético. Los zapatos, también de color rosa, se elevan peligrosamente sobre un tacón de longitud impensable. Telmo la mira boquiabierto.
—Hay que tirar los garbanzos, Telmo. Se han puesto malos. —¿Por qué? —Si pones las cosas mucho tiempo en la nevera, se ponen viejas y se ponen malas. —Entonces, si ponemos los coches1 en la nevera, se ponen viejos.
Estamos en Madrid, en casa de la abuela de Telmo, pero tenemos que volver a la nuestra. Telmo no quiere volver y pone en marcha varias estrategias para quedarse. Enfadarse, negarse, convencerme, etc. Finalmente, viendo que son inútiles, se pone muy serio, se acerca a mi oído y dice en voz baja,
—Mira, Papá, cuando terminemos de jugar aquí, nos vamos. Esa es la idea.
Andado por la calle vemos un señor que, con afán de recoger cartones, se ha metido en un contenedor. Se le ve sacar las manos por la redija mientras proyecta elcontenido hacia afuera.
—Mira Telmo, un señor dentro del cubo de basura.
—¿Por qué lo han tirado?
—Telmo, cuando acabe la película, a dormir la siesta.
—Tengo dos opciones —mostrando el índice y el anular extendidos en forma de uve—, ir al parque o jugar con las cacharritos o ir al parque.
—Papá, me estoy aburriendo.
—Tienes muchas cosas para jugar. Piedras, plantas, osos… Todas las cosas del campo.
—Pero no quiero jugar con todas las cosas del campo.
—Pues, entonces tienes que ir al sofá a aburrirte.
—Pero las cosas de aburrirse están estropeadas.
—Telmo, ¿Por qué estás enfadado? Cuéntamelo.
—Estoy enfadado porque los primos no me dejan jugar con ellos.
—¿Y por qué no te dejan jugar?
—Porque estoy enfadado.
—Dame la mano —digo.
—Papá, que digo, que la otra semana, cuando estemos en la calle, no me tienes que hablar así. Porque se van a asustar los vecinos… y me voy a asustar yo… y te vas a asustar tú… Se va a asustar todo el mundo —hace una pausa—. Papá, no tienes por qué hacer eso.
—Mira, estoy escarbando con la pata.
—¿Estás haciendo un agujero?
—Sí, hay un tesoro dentro. Lo voy a abrir con mi llave.
—Muy bien. ¿Qué hay dentro?
—¡Está lleno de llaves!
—¿Qué abren las llaves?
—¡Tesoros!
—Ca-go-nada, ca-go-nada— dice Telmo separando las sílabas.
—Car-BO-nara —corrijo.
—Ca-BO-nada —rectifica.
—Sí.
—Es como Ana.
—Sí, pero con carbo.
—Sí, es como ana, pero con cargo, pero se come.
Tenemos la típica situación doméstica estresante. Una cañería rota, la cocina inundada, a punto de cerrar la tienda para comprar la pieza de la reparación. En ese momento Telmo se hace pis. Como me ve un poco alterado le explico, mientras le cambio de ropa, que me he puesto un poco nervioso a causa del escenario, pero que no pasa nada. Entonces Telmo levanta sus dos deditos en forma de uve y dice:
—Tenemos dos problemas. Un problema de agua y otro problema de pis.
—Pero eso no es un burro, es una vaca —responde Telmo.
—¿No ves que tiene cuernos? —señalo.
—No, es un burro, pero es un chico. ¿Sabes por qué lo sé?
—No.
—Porque tiene cuernos.
Mirando el jardín del piso de abajo, desde nuestro balcón.
—Mira papá, estoy viendo un juguete.
—Sí.
—¿Por qué hay un juguete?
—Porque el señor enfadado se ha ido y ahora vive una familia.
—Papá, ¿por qué el señor se ha ido a enfadarse a otro sitio?
—Hay que irse a la cama.
—¡Pero yo no quiero estar quieto! —dice Telmo muy enfadado—. ¡Pues ahora no soy tu amigo!¡y me voy a ir a otra casa con otros papás!
Una pausa.
—¡Y te voy a echar de menos! —Furioso, a modo de amenaza.
—Papá, ¿si comes dos huevos, te mueres?
—Noooo… Si eres pequeño y comes dos huevos te puede sentar mal a la tripa.
—Y, si tú [que eres mayor] comes un [solo] huevo, ¿te sienta mal a la tripa?
Quitando las zapatillas, Telmo me reprende por quitarle primero la zapatilla derecha:
—¡No, primero esa y luego esa!
—Ah, pues lo hemos hecho al revés.
—Claro, para que mi imaginación vaya para allá —señalando a la izquierda—. Ahora va para allá —señalando hacia la derecha.
—Papá, ¿por qué tú, a veces comes dos huevos?
—Porque los mayores podemos comer dos huevos ¿tú quieres dos huevos? Igual es mucho para ti. Mira qué pequeño eres.
—Sí, pero si estás sentado te llego hasta tu cabeza.
Andando por la calle. Telmo sobre mis hombros, le explico:
—Las cosas que se pueden tocar se llaman tangibles y las que no se pueden tocar se llaman intangibles. Por ejemplo, una sombra.
—Pero una sombra no es una cosa. Las cosas son, por ejemplo, las maletas.
—Sí, pero «todo» es una cosa. Por ejemplo, una sombra, o el cielo, o una idea. Hay cosas que se pueden tocar y cosas que no. Las que se pueden tocar, como las maletas o esta farola son tangibles y las que no se pueden tocar, intangibles.
— Por ejemplo, un pincho.
Me río y dejamos la conversación por el momento. Más adelante, cuando la retomamos, él pone como ejemplo de intangible la electricidad, porque un amigo metió los dedos en el enchufe y se le pusieron los pelos de punta. Yo pongo como ejemplo la imaginación.
— Sí, no se puede tocar porque está dentro de la cabeza.— dice.
He fabricado un tablero para colocar todas las armas de juguete y que no estén desparramadas por ahí. El primer intento salió mal y quise deshacerme del artefacto varias veces. Telmo se resistía con tesón hasta que decidí indagar.
—La pirámide de los alimentos la hemos dado en clase.
—¿Me la cuentas?
—Es que se me ha olvidado.
—A ver, ¿qué es lo que hay arriba de la pirámide?
—Un pincho, como en todas las pirámides.
Telmo se enfada y, para demostrarlo, expresa distintas amenazas. Primero me amenaza con irse a casa de su madre, luego con no jugar conmigo y, finalmente:
—Pues me voy a tirar por el balcón —hace una pausa—. O, si no, ¡Me voy a hacer un sandwich de nocilla yo sólo!
— Que un niño me pedía que le regalara el coche teledirigido y él me regalaba el avión, pero me engañaba y era para romperlo y su mamá le regañaba, sin pantallas. ¡Pero un montón de días!
Ten cuidado, llévalo bien, que el otro día se me cayó un vaso, que era mi vaso preferido, en casa de mamá y se rompió. —pausa—. Menos mal que todavía me acuerdo.
Le escucho cantar alegremente mentras preparo la cena. Acaba de salir del baño y aún está desnudo.
—¡Papá, papá! ¡Dame un lápiz y un papel, rápido!
—¿Para qué?
—Para apuntar la canción y que no se me olvide.
Ay, el culito. Ay, el culito. Se cagó en toda su puta madre. Ne, ne. Pon, pon, Pin, pin. Ay, el culito. Ay el culito.
Cuando la leo, digo que me gusta mucho.
—Sí, y tiene guitarra y más cosas.
—Ne, ne…
—Sí, eso es la guitarra. Pon, pon es el tambor y pin, pin, el piano.
Conviene explicar aquí que el uso de expresiones tan fuertes como la de esta canción surgen debido a mi reacción ante las palabrotas. Cuando Telmo decía una palabrota, yo le hacía cosquillas para que no las dijera. Pero a Telmo le gustan enormemente las cosquillas y, al final, acababa diciendo las palabrotas para que le hiciera cosquillas. Sin embargo, la conotación dramática o malsonante que tienen esas expresiones para un adulto, no existe o no es tan acusada en la percepción de Telmo.
—Mira, papá, este es el personaje que te decía. —¿Es negro? —No es negro, es marrón. —Sí, pero a las personas marrones se les llama negros, igual que a nosotros, que somos de color carne, se nos llama blancos. —¿Y por qué no nos llaman carne y a ellos marrones?
—A mí, me gustaría ir en el asiento de alante. —No se puede, porque es muy peligroso. Si nos chocamos, el asiento de atrás es más seguro. —Entoces ¿por qué no ponen el volante en el asiento de atrás?
—¿Sabes qué pasaría si te dejara hacer todo lo que quieres? —¿Qué? —Que te acostarías tardísimo, no te bañarías, estarías todo el rato con el ordenador y te irías muerto de sueño al cole. Un desastre. —¿Sabes que los niños son esclavos de los mayores? —Ah, ¿sí? —Sí, porque los niños tienen que hacer todo lo que dicen los mayores, y eso se llama ser esclavo.
—Venga, ¿leemos el último? —propongo. —¿Por qué el último? —replica Telmo. —Porque ya es muy tarde y yo tengo mucho sueño. —Mira, tengo una idea. Leemos ese cuento y luego nos organizamos.
—Sabemos que las máquinas del tiempo no se pueden hacer de verdad, por las paradojas.
—¿Qué son paradojas?
—Son cosas que no se pueden resolver. Por ejemplo, imagínate que viajas en el tiempo hasta un momento antes de que tú nacieras y luego me matas. —abre los ojos, perplejo—No, sólo imagínatelo, no es para que me mates de verdad. Entonces, si me has matado ¿Cómo puedes nacer tú? Tú estarías allí, pero no tendrías un padre y no podrías haber nacido. Eso es una paradoja temporal.
—¿Y si te vienes conmigo en la máquina del tiempo?
Viendo el final de El planeta de los simios, cuando Charlton Heston encuentra la estatua de la libertad y se percata de que ya está en la Tierra y nunca podrá regresar a su mundo, tal como él lo conocía.
—Pero pueden construir el mundo otra vez —dice Telmo.
—¿Crees que una persona puede construir el mundo?
—Una, no. Dos.
—¿Crees que dos personas solas pueden construir el mundo?
A Telmo no le puedo dejar sólo en una habitación, porque tiene miedo. A veces, por causa de fuerza mayor, como ir al baño, tengo que hacerlo. Hoy ha sido el caso y, al volver, me lo encuentro de pie, con los ojos cerrados.
—¿Por qué cierras los ojos? —Si cierro los ojos, es como si no estuviera en el mundo.
—Oye, papá, ¿en la vida no hay un momento de silencio?
—¿Por qué lo crees?
—Si estamos en el patio, todo el mundo hace ruido. En clase, la profesora habla. En educación física, también. En casa, tú haces ruido y la gente aplaude en los balcones. Y el vecino de abajo hace ruido.
—Pues hay tres poderes. —¿El juez? —Justo, ese es el poder judicial. —¿Y el presidente? —Exacto, lo has adivinado. Se llama poder ejecutivo. —¿Los políticos? —Pue sí, el legislativo. ¡Los has adivinado todos! —Y eso que no lo sabía.
Telmo y yo jugamos bastante fuerte, con patadas, manotazos y sepultándonos en los almohadones del sofá. A medida que crece se hace más fuerte y tengo que pedirle que controle. Hoy me ha dicho esto.
—Necesito darte una torta porque cuando seas viejito no te la puedo dar.
Hablamos de los dibujos de Simon Stalenhag y le cuento a Telmo una de las «historias del loop» en la que dos amigos juegan en el bosque y encuentran una esfera con una compuerta. Uno de ellos se mete dentro y descubre que la esfera tiene el poder de cambiar una persona por otra. Cuando sale de la esfera, él ya no es él, sino su amigo. Y su amigo es él. La esfera ha metido la mente de uno en el cuerpo del otro y viceversa.
Le pregunto a Telmo qué pasaría si nos encontráramos los dos con la esfera. Tras meditarlo un rato, me dice que sería un plan perfecto. Él dentro de mi cuerpo y yo en el suyo. Él podría jugar al ordenador y comer lo que le diera la gana, mientras yo tendría que ir al colegio y hacer los deberes.
En un capítulo de Henry Danger, al viajar al pasado, Kid Danger cambia sin querer algunas cosas de su presente y Schwoz le comenta, «Ese es el problema de los viajes en el tiempo».
—El verdadero problema de los viajes en el tiempo son las paradojas. —dice Telmo con desaprobación.
Estoy jugando con Telmo con muñecos. Toda la escena se basa en actos violentos, guerra, disparos, etc. Intento introducir elementos en la historia para salir de ese tópico y se lo comento.
—¿Representamos otras cosas diferentes a pegarse, guerras y disparos? Si todo el rato es así, al final te aburres. ¿no?
—No lo sé. Quizá con unas cucharadas ya te mueres. Pero ¿sabes qué? También te mueres si no comes nada de sal. Nuestro cuerpo necesita la sal. Afortunadamente hay sal en algunos alimentos. Por ejemplo, las verduras contienen sal.
Le enseño a Telmo a quitarse la camiseta sin destrozarla, cruzando los brazos, agarrando la tela desde la cintura y tirando suavemente hacia arriba. Tras la operación, me mira perplejo.
Atrapé, con la mano, una mosca viva delante de Telmo y se quedó flipando. Cuando abrí mi mano y vió que estaba la mosca dentro, un poco atontada, dijo,
Varias cosas. La primera es que esto de «reaccionar» ya es una reificación.
La reacción es en sí un subproducto, perfectamente consumible, del video.
Puedes disfrutar de la música, de las historias, de las imágenes y también de la reacción del espectador.
Existe ya toda una cultura de la reacción en el consumo de contenido online y muchos videos tratan sólo de este aspecto: reacciones a la visualización.
Lo siguiente que me llama la atención es la variedad de registros estéticos que admite Telmo. Si el otro día no se despegaba de la pantalla viendo «Your Name» una película de animación cuyo preciosismo raya en la curslería, ahora se engancha con esta producción amateur estridente donde la calidad del dibujo es bajísima, pero, a la vez, muy expresiva en su vertiente punk y destroyer.
Por último, queda claro que su alfabetización visual es enormemente más depurada que la mía. Donde yo sólo veo una secuencia de imágenes sin sentido él ve una narración estructurada.
Me ha tenido que explicar el sentido de la historia donde, por poner un ejemplo, el personaje llamado «Corruption» (con aspecto de sombra negra) va corrompiendo, como ya hizo en otras ocasiones a su némesis «Trycky» con forma de payaso asesino.
—¿Sabes que yo soy en abogado de Eduard? Soy uno de los mejores abogados del cole. Los abogados en el cole sirven para… por si alguien se chiva de ti, pues yo le intento sacar del lío y tengo un montón de excusas. Cada uno tiene un abogado.
Me contaba Telmo a la salida del cole que cuando se va a dormir disfruta muchísimo porque se queda un buen rato pensando en sus cosas antes de dormir. Lo decía con la cara iluminada, la mirada fija en un punto indeterminado del espacio y una enorme sonrisa de felicidad. La misma luz que irradia al recibir un regalo o al detectar la existencia de un nuevo capítulo de «The Owl House».
Cuando le pregunté sobre aquello que imagina, se refirió a la posibilidad de imaginar las cosas que luego podría dibujar, no le saqué mucho más, pero es evidente que él elabora narrativas con todo el imaginario de ficción que adquiere de sus muchas fuentes.
—¿Sabes lo que he soñado?, que estaba en el sueño y no había pestañeado en todo el sueño. Entonces decidí pestañear e hice esto —hace el gesto de pestañear— y cuando abrí los ojos estaba en la realidad.
Esta mañana he tenido otra conversación chulísima con Telmo, poniendo en práctica algo que aprendí de Sergi Torres (y creo que viene de UCDM).
La cuestión es que Telmo tiene problemas de atención y hace unos días salió de clase muy abatido porque un profe le había humillado en clase, delante de sus compañeros, por no enterarse de las cosas. Me pidió que no hiciera nada y yo accedí, pero luego falté a mi palabra y hablé con su tutora. Como consecuencia de ello el profe se disculpó con Telmo, también en público. Así que esta mañana me preguntó si se lo había dicho. Cuando se lo confirmé se enfadó muchísimo por la traición y me explicó que ahora había pasado vergüenza otra vez con la disculpa.
Ante esto, le expliqué que no había que esconder las emociones y sentimientos, incluso cuando van en contra de los demás. Si necesita esconder que tiene dificultades de atención o si necesita esconder que se ha sentido humillado significa que hay una parte de sí mismo que no acepta, que no le parece bien. Si la pone con naturalidad sobre la mesa y acepta esos sentimientos que él mismo tiene, se irán diluyendo con mucha rapidez. No hay nada malo en él, al contrario. No hay nada que esconder y una vez asumes eso, todo es mucho más sencillo.
En ese momento, Telmo pone en práctica la cuestión contándome que en internet, jugando con amigos a videojuegos, cuando yo no estoy dice palabrotas. Le respondo que yo nunca le he regañado por decir palabrotas, que diga las que le de la gana. Y después de eso me ha dicho. «He sentido una liberación enorme cuando te he contado eso».
A eso le respondí que lo que había sentido es el enorme poder que tiene el reconocimento hacia uno mismo.
Estuve comentando con Telmo una sesión de Ramtha en donde explica algunas peculiaridades de la revisión de vida en la luz. Decía que es posible que ahora estés muerto y que simplemente estás realizando una revisión de vida. Para ser precisos, no dice que es posible, dice que es así. Esto hay que entenderlo en el contexto de la atemporalidad que impera fuera de la dimensión físico-material ya que, si no existe el tiempo, esa revisión se está produciendo ahora mismo.
Una consecuencia de esto —explica Ramtha a sus estudiantes— es que tú, en tu dimensión físico-material, puedes comunicarte con tu yo en la luz. Puedes enviarte un mensaje ahora mismo porque sabes que lo estás revisando desde la luz.
Cuando Telmo escucha esto, mirando al techo, dice,
—Telmo, NO vuelvas a reencarnar. Reencarnarse mola, sí, pero…
—Papá, he inventado un dicho: «más vale compartir que no tener nada». Imagínate dos perros viviendo en una familia pobre. Se están peleando por una salchicha. Entonces, cuando viene el dueño e intenta partir lña salchicha en dos, los perros le gruñen diciéndole que no porque se la quieren comer entera. Pasan los días y los perros siguen discutiendo. Al final la salchicha se pudre y los perros se quedan sin salchicha.
—Papá, el otro día Daniel* le contaba un chiste Marta*, y se reía mucho.
—Ah, muy bien.
—A las chicas les gusta que los chicos les cuenten chistes y a los chicos les gusta que las chicas se rían de sus chistes.
*nombres falsos
Este diálogo nos dio pie a explorar la relación recursiva entre sujeto y objeto. Cómo nos vemos reflejados en la reacción del otro. El otro actúa como un espejo para nosotros y nosotros actuamos como un espejo para esa los demás. Esos reflejos inciden a su vez en la conducta y seguimos reaccionando. Así, el juego de espejos enfrentados nunca termina.